Scarlett Johansson compartió recuerdos entrañables sobre su trabajo con Robert Redford durante The Horse Whisperer (1998). A sus 11 años, estuvo bajo la dirección y actuación simultánea de Redford, quien, dijo, “era un hombre cálido, paciente, generoso y maravilloso, que dedicaba muchísimo tiempo a mí cada día. Fue extraordinario que él dirigiera y al mismo tiempo actuara conmigo”. En sus memorias también relató cómo él le explicaba con detalle la vida previa de su personaje antes de cada escena: “tenía todo el tiempo para hacerlo, y eso fue transformador para mí. Entendí que la actuación es un oficio, algo que mejora cuanto más trabajas en ello. Todo eso se lo debo a Bob, al señor Redford, a Booey”.
Johansson considera ese trato cercano un punto decisivo en sus decisiones artísticas, pues le inculcó que no sólo se es actriz por primavera, sino que el talento se pule con tiempo, disciplina y apertura al aprendizaje. Ahora, en su primer proyecto como directora con Eleanor the Great, rinde un tributo discreto a ese legado.
Este testimonio no solo revive la figura de Redford como mentor sino que fortalece la narrativa del cine como espacio de formación y comunidad artística, donde la generosidad y el acompañamiento pueden cambiar trayectorias.