En una nueva reflexión, James Cameron admite dudas sobre una de las escenas más memorables de Titanic. El cineasta relata que tenía “solo cuatro minutos para prepararlo” y que de dos tomas posibles, se utilizó una “completamente desenfocada y otra parcialmente en foco. Esa es la que se ve en la película”.
Con los avances actuales en efectos visuales, Cameron reconoce que podría haber diseñado cada detalle del cielo y el color de las nubes. Sin embargo, cuestiona si ese perfeccionismo habría sido más efectivo: “Si tuviera que elegir ahora, quizás habría optado por algo más espléndido, más perfecto. Pero esa imperfección real le da alma a la escena”.
Esta confesión revela la tensión entre precisión técnica y emotividad dramática. Para el director, ciertos “defectos” no son errores, sino componentes esenciales del arte: los detalles imprecisos pueden convertirse en aquello que conecta con el público. En un mundo obsesionado con la perfección visual, Cameron invita a valorar la autenticidad inherente al cine.