La crítica especializada coincide: lo más destacado de Good Boy es Indy, el perro protagonista. Su interpretación ha generado una mezcla de admiración y preocupación en los espectadores: por un lado, se reconoce su entrenamiento y la naturalidad de sus reacciones; por otro, existe la tensión de “ver al perro sufrir” en escenas limítrofes. El estudio independiente IFC aprovechó esta reacción para publicar una carta abierta dirigida a la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, firmada simbólicamente por Indy, solicitando que el can sea considerado para competir como Mejor Actor.
La propuesta es disruptiva y poco convencional: que un perro figure como candidato humano en los Óscar desafía los criterios establecidos. Pero el equipo de Good Boy lo presenta con seriedad, apelando al impacto emocional que ha generado su rendimiento actoral. Indy no solo cumple órdenes: transmite vulnerabilidad, tensión y fuerza en medio de una historia de terror donde él es el héroe silencioso.
Este movimiento, aunque más simbólico que realista en cuanto a posibilidades de nominación, amplifica el debate sobre los límites del reconocimiento artístico. ¿Puede un animal abrir una puerta que hasta ahora parecía cerrada al mundo humano? En el contexto de cine independiente y estrategias promocionales audaces, Indy ha desafiado las reglas, convertido en rostro —y maullido metafórico— de una campaña que muchos verán como curiosidad y otros como una provocadora reivindicación.