Islandia se ha consolidado como uno de los países pioneros en redefinir el equilibrio entre vida personal y laboral. Desde 2015, el país nórdico puso en marcha un programa piloto para implementar una jornada laboral reducida de cuatro días y alrededor de 36 horas semanales, sin afectar los salarios. El experimento incluyó a unos 2,500 trabajadores del sector público y, tras comprobar mejoras en productividad y bienestar, el modelo se expandió a más sectores para 2019.
Actualmente, cerca del 90% de la población trabajadora en Islandia ya se beneficia de este sistema. A diferencia de otros países, esta transición no está regulada por ley, sino por acuerdos entre sindicatos, empresas y organismos gubernamentales. Lo más relevante es que los trabajadores siguen percibiendo su salario íntegro a pesar de laborar menos horas.
Los resultados han sido contundentes: la productividad se mantuvo e incluso mejoró. El centro de investigación Autonomy reveló que los niveles de estrés disminuyeron considerablemente y que fenómenos como el burnout se redujeron. La generación Z ha sido una de las más entusiastas, al ver reflejado su deseo de un entorno laboral más humano y flexible.
Otro aspecto clave ha sido el impacto positivo en la equidad de género. Con más tiempo libre, los hombres participan más en las tareas del hogar y en el cuidado de sus familias, promoviendo una distribución más justa de las responsabilidades.
La digitalización ha sido fundamental para el éxito del modelo islandés. Con una infraestructura de internet de primer nivel, incluso en zonas rurales, y una creciente formación tecnológica en las nuevas generaciones, el trabajo remoto se ha convertido en una realidad sostenible.
Islandia demuestra que un modelo laboral basado en la eficiencia, la salud mental y la equidad no solo es posible, sino altamente funcional.
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